El regreso de Quetzalcoatl
(serpiente emplumada)
Estoy tan acostumbrado al silencio de la muerte,
que ni cuenta se ha dado que tan solo dormía.
La última vez que me vieron, allí donde llueve ceniza,
cazaba con mis manos conejos de fuego en la oscuridad.
El sonido del águila me ha devuelto la mirada,
dos gemas de jade que el nuevo Sol me regala.
Ahora camino sobre el viento encendido,
volando sobre el intranquilo mar de arriba.
Las sombras sacuden su polvo en el espejo humeante,
recuerdan su voz al filo del tiempo que marca tu regreso.
Las animas se agitan en la orilla del olvido,
como aves sin ojos, erráticas y confundidas.
Sumergidas en los sueños de obsidiana negra,
esperan por tí para salir de su último infierno.
El aliento clama en el vacio de las caracolas,
su canto funerario, su llanto de espinas.
Las flores derramadas en la región transparente,
se humedecieron con el rocío amargo de nuestras lágrimas.
Las grecas silenciosas se llenan de savia,
con el sigilo de quemantes serpientes de lava.
Las piedras recuerdan las promesas incumplidas,
en la casa del colibrí aún resuenan tus palabras.
Los árboles secos como manos de la tierra,
reclaman el brillo del Quetazl y su arcoiris.
El jardín infinito con el trino de las aves del paraiso,
despereza el letargo de su primavera anochecida.
Los antiguos guerreros renacen donde el jaguar reposa,
y danzan libres con el roce mágico de tu cola dorada.
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